miércoles, 12 de diciembre de 2012

Todo sigue nublado en Costa Rica




Volver a Costa Rica siempre es interesante. Para mí, se resume en dos grandes temáticas: la que atañe a asuntos personales, emotivos y sentimentales; y a lo que yo llamaría el asunto político. De la primera es lo normal: familia, amigos, recuerdos, nostalgia, alegría, revancha, etc… y la segunda es de la que quiero escribir hoy.

Primero es necesario aclarar que nunca me desligo del acontecer nacional: todos los días tengo acceso a los principales diarios escritos y a algunos medios de comunicación alternativos. Asimismo, converso con varias amistades  sobre las situaciones que pasan en el día a día. Con esto quiero decir que estando fuera del país estoy enterado de lo que está pasando. Justamente esa variable (estar fuera del país) se combina muy bien con el ejercicio de observación participante cuando se va por un mes. Quiero decir con esto que, no hay nada como vivir el día a día. Genera nuevas explicaciones sobre fenómenos sociales y se pone atención a detalles que sirven de indicadores.

En ese sentido, hubo algo que observé y sentí con mucha fuerza en este final del 2012: existe en una grande mayoría de la sociedad costarricense una insatisfacción generalizada, que se equilibra pobremente con incentivos mínimos de consumo desmedido, pero que llega a convertirse esa combinación en una atmósfera propicia para la alienación, debido al constante maltrato y violencia de las instituciones políticas con la ciudadanía.

Voy a intentar explicar mejor esta idea, separando los elementos y explicándolos uno por uno:

Insatisfacción generalizada: lo del país más feliz del mundo es exactamente ese tipo de índices que sirven justamente para demostrar cuan equivocados pueden volverse este tipo de instrumentos. Costa Rica no está feliz: está frustrada y maquillada con algunas grandes construcciones de cemento y metal. Tiendas nuevas contrastan con las mismas calles, las mismas aceras, la misma flotilla desorganizada de transporte público, cada semana un nuevo tópico de incapacidad gubernativa, irracionalidad legislativa y corrupción.

Incentivos mínimos (de consumo desmedido): una sociedad infectada -como diría la banda argentina MALÓN- por instituciones políticas deslegitimadas, generan una sociedad vacía que necesita de contrapesos. Infelizmente, la temporada navideña, viernes negro y esas invenciones generan un falso estado de bienestar en el consumo. Es decir, ante el malestar constante, el hecho de gastar un poco en los nuevos centros comerciales le genera un cierto estímulo al costarricense que intenta diferenciarse en un mundo consumista… consumiendo. Se justifica la temporada como una oportunidad (lo que tantos pretendemos) para justificar el deseo de tener nuevas posesiones que se interpretan como símbolos de poder (adquisitivo). No creo necesario explicar lo errado de la idea: solo me referiré a que la cuesta de enero, para una gran cantidad de familias, se les prolonga hasta noviembre…

Atmósfera alienante: cuando expliqué que el ambiente es de malestar, y que interpreto que el contrapeso que se impuso para contrarrestar ese malestar es el consumo, creo que se establece un ambiente propicio para la enajenación. Consumir se convierte en una competencia, en un status, y en una meta. Consumir en una sociedad capitalista, resalta las diferencias en el ingreso, pero no así en la oferta. En una sociedad mundial sobreproductora, la crisis se encuentra en la distribución, y no en la necesidad. Añádele a eso que la idea de consumo es que usted es capaz de consumir todo lo que quiere… todo eventualmente tendría un precio (que lo diga master card) y depende de los individuos los medios para alcanzarlo.

Violencia económica y violencia política: las tradicionales herramientas de represión que repetía Althusser tienen la vigencia necesaria para entender como el gobierno es responsable de usar estas dos grandes dimensiones en un incontable número de formas. Sólo las que recuerdo (porque parece que sale una todos los días) en este último mes puedo citar el “error” en el cobro del marchamo a algunos automóviles, el incremento desmedido en el marchamo a los dueños de motos, los movimientos fluctuantes de la tasa básica pasiva, las nuevas revelaciones de la trocha que abrieron al lado de la frontera (en la cual varios funcionarios públicos y privados se hicieron trillonarios con fondos públicos), las donaciones de gobiernos extranjeros amigotes que financian fundaciones por favores… entre tantas otras. También se pueden citar la odiosa represalia de la policía costarricense en marchas pacíficas en defensa del seguros social, la falta de palabra de Casa Presidencial para negociar con grupos organizados: ahí desfilan estudiantes, campesinos, indígenas, trabajadores, sindicatos… claro, para comerse tamales en casas de precandidatos están de número uno!!

Desenvueltas estas ideas, hago la síntesis: observé una serie de incongruencias en cuanto a la reacción natural que podría tener cualquier gobierno democrático; por un lado usted observa represión y violencia contra estudiantes universitarios; por el otro lado se observa miedo y e impunidad con la creciente inseguridad (cuello blanco incluido más que nunca). También observo que, la falta de toma de decisiones y de acciones para la población en general provocan que, básicamente, todas las semanas alguien se manifieste con alguna protesta: probablemente esto suceda por promesas clientelares realizadas en campaña y por la deslegitimidad total que cuenta hoy el gobierno. Sin embargo, al lado de ese malestar que se organiza con una marcha o una manifestación, también se observa que éstas no están estimulando cambios. Es decir, que el instrumento ha sido ignorado, y no se ha sabido interpretar ni actuar ante esas demandas. Demandas que cada vez son más variadas y de formas cada vez más radicales. Claro, al no producir resultados, al ser ignoradas esas demandas, las manifestaciones cambian su modus operandi. Un ambiente de ese tipo, hace que se presenten protestas como la de los grupos organizados a favor de la seguridad social, hasta el malestar expresado por compradores e un supermercado por la venta de televisores. Ambos válidos, ambos producto del engaño, la mentira y la agresividad mostrada contra los ciudadanos.

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