Las elecciones que recién acontecieron
en Honduras señalan, a mi juicio, cuatro aspectos fundamentales para la
democracia en este país. El primero y más evidente de todos son las
señales de cambio en el rígido sistema de partidos hondureño. El
tradicional bipartidismo, compartido desde hace décadas por el Partido
Nacional y el Liberal, se quiebra en esta elección, siendo que la
escisión en el Partido Liberal que da origen al Partido Libre, y sumado a
la aparición del Partido Anti Corrupción (PAC), demuestran que la
sociedad cambia en busca de respuestas partidarias más allá del
tradicional binomio. En ese sentido, el triunfo en urnas del Partido
Nacional con 34%, apenas 5-6% arriba del Partido Libre (en su primera
participación), y el 14% que obtiene el populista PAC, demuestran que el
electorado, que aumentó su participación electoral a 61%, exige un
panorama mucho más amplio que la oferta que se le había presentado en
años anteriores.
Un segundo aspecto a tomar en cuenta,
sin duda, es el clima de polarización acrecentado por la debilidad del
organismo electoral en demostrar capacidad en la organización,
fiscalización y fortalecimiento del proceso electoral. Sin duda la gran
deuda del proceso es el accionar del Tribunal Supremo Electoral (TSE),
quien después de 5 días aún no termina de escrutar las mesas. No es
posible que, en medio de cambios tan importantes para este país
centroamericano, el organismo electoral quien debe garantizar la
transparencia del proceso electoral para legitimar la elección, genere
más interrogantes que certezas. La legitimidad del organismo se cae,
pese a los dictámenes positivos de observadores internacionales de gran
peso como la OEA y la Unión Europea sobre el trabajo del organismo. Este
es un tema fundamental si se quiere fortalecer la democracia en
Honduras: debe existir a la cabeza de la organización y fiscalización
electoral, una institución que genere confianza para respetar el proceso
electoral, y todas las acciones conexas en temas de financiamiento de
partidos políticos, garantías de participación de la mujer, inclusión de
minorías excluidas históricamente, formación en prácticas
democráticas, entre otros.
Un tercer aspecto señala la permanencia
del Partido Nacional en el gobierno. Este es un hecho relevante, ya que
las heridas del Golpe de Estado del 2009 aún son recientes, y ese tipo
de acontecimientos políticos marcan a cualquier sistema. Apoyado con la
maquinaria gubernamental y el endeble control institucional, al fin y al
cabo el Partido Nacional logra un periodo más que fortalece al partido
de cara a su eventual permanencia y competencia por el Gobierno. Esto
lleva al cuarto aspecto relevante, y es la ola de derechización o
conservadurismo que empieza a fortalecerse en Centroamérica. Aunque de
Honduras hace unos años no se esperaba un cambio en su clivaje político,
y sí hay manifestaciones de una oposición mucho más organizada en todos
los países de Centroamérica, eso va de la mano -también- de partidos de
derecha que están compitiendo y perpetuándose en el Gobierno. En el
caso de Honduras, un país que se polariza cada vez más, donde la tensión
del Golpe se reflejó en las urnas, necesita urgentemente que se emita
un pacto político para poder crear las condiciones que fortalezcan
políticas enfocadas a la reducción de pobreza, combate al narcotráfico,
reducción de brechas socioeconómicas, entre otras. En ese sentido, es
necesaria la madurez política para que los actores involucrados
comprendan que Honduras debe acceder a un tipo de política, donde el
ordenamiento de las relaciones de poder vaya de la mano con las
necesidades y solicitudes de la ciudadanía, previendo un escenario que
facilite la competencia en un marco mucho más democrático y
deliberativo.
Puede ver este mismo atículo en http://www.asuntosdelsur.org/reflexiones-sobre-las-elecciones-en-honduras-2013/
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