Indignante y humillante la
violencia policial ejercida estos últimos días en la ciudad de Sao Paulo. Grupos
manifestantes han sido replegados por la Policía Militar, que no ha dudado en
usar la represión más fuerte contra jóvenes estudiantes, profesores y
periodistas. En un completo frenesí por agredir, las autoridades políticas han
omitido y minimizado el abuso a los derechos humanos de los manifestantes. La razón, como han querido indicar algunos, es
el aumento en el precio del pasaje del metro; sin embargo, el análisis va mucho
más allá de un simple reajuste tarifario.
Esta acción llevada a cabo por el
grupo de manifestantes expone claramente el sentimiento de opresión, injusticia
y falta de oportunidades que se viven en una ciudad donde cada día es más difícil
trabajar, cada día es más difícil trasladarse, y cada día es más difícil sobrevivir.
La brutalidad de la respuesta de la Policía Militar, simplemente refuerza el
clima de hostilidad que se vive en la capital más rica de América Latina; un
título que se queda muy grande ante las muchísimas carencias y necesidades que
se viven en el día a día. Justamente, el reclamo viene relacionado a un
elemento trascendental de todos los trabajadores de esta megalópolis: el metro.
Esa fundamental y determinante herramienta, que “facilita” la vida en una ciudad
“in” (intransitable, inestable, insegura, incómoda, impagable, invivible)
genera caos, estrés y desgaste; sin embargo, quizás es el único aliado de los
millones de ciudadanos que necesitan de este medio vital de transporte.
La respuesta política ha sido catalogar
a los manifestantes de “vagabundos”, “viciados” y “anarquistas”. Las clásicas
descalificaciones e insultos que usan aquellos que no tienen que sobrevivir en
una ciudad avasallante que abusa de la frágil voluntad y condición de aquellos
que lo único que pretenden son mejores ambientes y circunstancias favorables
para una vida plena… la prensa por su parte ha apoyado a los manifestantes ya
que también han sido víctima de la
violencia: las imágenes y videos han sido claros en demostrar que la Policía aún
conserva en sus manuales las prácticas de la dictadura brasileña.
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